Una obra que interpela a todas las obras

Hay un perro que nos saca a todos a dar la vuelta en La vis cómica, de Mauricio Kartun. Una obra que trata de lidiar con un actor, cabeza de compañía teatral, con un perro que le tiene ganas a esa cabeza y con un dramaturgo que junto a  una vestuarista , se muestran  hartos de ser tratados como cualquiera se figura cuando se dice: » como perros».  La compañía teatral española del fugitivo (de algún capítulo de Don Quijote) Angulo el Malo (Mario Alarcón) ancla  en la Buenos Ayres, la del virreinato. Desembarca para intentar hacer función en las históricas arenas montadas como escenario de fricción entre el poder y las ansias de expresarse de los artistas. De allí en más,  todo acontece  en  cinco  particulares  jornadas que duran 100 minutos, en un tiempo donde todo está anunciado o, más precisamente, ladrado en castellano.  Porque ese perro llamado Berganza, escapado del coloquio cervantino (Eduardo Cutuli) se mueve en la pista de la anticipación de la acción y  la venganza. Animal que aúlla didascalias que advierten verdades a quien quiera oírlas  y que, por su  privilegiada memoria canina, no olvida ni perdona. Perro que estando atado fue maltratado y que,  una vez suelto,  hace mordida justicia. En La vis cómica, entonces, perro que ladra  muerde.

El dueño de ese animal cuya palabra está primeramente dedicada al público (más tarde tendrá un interlocutor en la escena), que acepta las convenciones del teatro puestas en evidencia y no por eso se despega de la historia central, es Isidoro (Luis Campos), aquel poeta y dramaturgo que va vistiendo ropas encimadas como capas de cebolla, restos de trajes de personajes del teatro universal, según él mismo dice en son de queja. También protesta por las obras que nunca pudo estrenar. Escritor que sangra por la pluma pues escribe aquello que el Malo  le marca  como fuente de inspiración que no ilumina. Opacidad entonces, que lo hace acopiar, como le sucede con  los ropajes,  los sentimientos de agobio y frustración  hasta  un día  escribir basta.

También esta Doña Toña (Estela Galazzi) en la tripulación teatral. Una costurera estafada en la confección del amor de Angulo, una mujer querida por sus vestuarios y no por su persona, una dama que según la necesidad oficia de  lavandera y frente a la oportunidad, de actriz que  fulgura en silencio o en soliloquio, y que nunca detiene su mano  zurcidora hasta dar la última puntada que también refuerza un basta.

Nadie se salva en este entierro y tampoco en el desentierro de una obra que interpela en cierta forma a todas las obras, desde su convención inaugural  hasta arribar a los aplausos, con excelencia inhabitual en todos sus rubros. La vis… se impone, fiel al sentido de su título, con  holgada capacidad para hacer reír y también reflexionar.

Si Angulo fuera espectador quizás admiraría los trajes que lleva su personaje cosidos por Doña Tonia , pero en esa perspectiva,  vería que las precisas puntadas  que aseguran un viaje soñado a la época corresponden a la mano maestra de la diseñadora Gabriela Aurora Fernández. Algo parecido le podría pasar con las luces irradiadas por las manos prodigiosas de Leandra Rodríguez, o el sonido más próximo a las butacas que al escenario que propone Eliana Liuni , dentro de una escenografía -también de GAF- que en su aparente simplicidad sugiere el desgaste de esos cómicos trotamundos, dándole misteriosa profundidad a esos cortinados que parecen cargar con el peso y el polvo de los siglos en las costas de ese río sin piedras. Resta saber si Angulo, de haberse desdoblado entre el público de La vis…,  se daría cuenta que él y toda su compañía están dando una clase magistral de actuación, dirección y dramaturgia  en el cuerpo emocionado de esos actores que hacen sonar un texto insuperable en contenido, forma y cadencia, acaso como el que Isidro hubiera soñado estrenar. 

Cuando la mentira es la verdad, cuando la anticipación de lo que va a pasar no mata la acción, cuando se  hace puro teatro deschavando el propio teatro y sus artificios, y el público sale con deseos de volver a ver esta Vis cómica para renovar el placer escénico, para exprimir más a fondo un espectáculo tan jugoso, entonces, se podría afirmar sin caer en exageraciones que estamos asistiendo a una de las mejores obras del año, en todas sus facetas.