Un conocido escándalo que involucró a cadetes del Colegio Militar en 1942, habría dejado leyendas abiertas; expedientes aún sellados con evidencias fotográficas ineludibles de fiestas de la elite porteña; ligazones literales con apellidos de la aristocracia, la “alta cultura” y la nobleza castrense; detenciones, exilios y muertes por descifrar. Gonzalo Demaría carga tintas en esos hechos reales para escribir Juegos de Amor y de Guerra, una obra donde aplica – ampliamente – la expresión popular: “nada es lo que parece”. Oscar Barney Finn dirige y pone en escena la historia situada en la Argentina de aquellos tiempos. Un país que en apariencia, y a diferencia de otros de Latinoamérica, sostiene una posición “neutral” en relación a la 2da. Guerra Mundial (posición que cabe encomillar a la luz de los diversos hechos que expresaron antes, durante y después, colaboración activa con el sueño de alcanzar nuestras tierras que desvelaba al nazismo y enfrentaba localmente, y como en la guerra misma, aliados y nacionalistas). Acontecimientos que terminan por confirmar los dobleces más costosos de la historia en conspiración con las instituciones de poder.
En ese escenario (y aquí vale doble) se aloja Juegos de amor… sin evadir ninguna de esas tensiones en cuerpo y voz de esculpidos personajes que sonorizan un guión potente sobre los hechos.
La pieza precisa que las fuerzas armadas parecían ampliar los límites ceñidos y aristocráticos tradicionales para el reclutamiento de personal militar. En esas circunstancias, alcanza su puesto un teniente trepador y sin recatos (Diego Mariani), que se vincula con la aristocracia representada por la también inescrupulosa madre (Luisa Kuliok) de un cadete (Manuel-Walter Bruno), víctima del escándalo mencionado. Una madre que se acerca a buscar las pertenencias de su hijo muerto en un contexto sombrío y donde lo importante no será sólo el desenlace, sino saber qué y quiénes lo habrían suscitado.
La falta de amor, a la sombra de la guerra, la lucha de clases, la hipocresía de las instituciones de poder y sus hacedores, el machismo, las opresiones y los abusos de toda índole, nos muestran en Juegos de amor…, no solo lo perverso disfrazado de lúdico en aquellas épocas, sino también los peligrosos vestigios que persisten en nuestros tiempos.
En ese mundo opresivo hay un respiro artístico inmejorable que invita a fantasear con uno real en la historia, de la mano de la sobresaliente interpretación de Celeste Imperio que realiza Sebastián Holz. El completo artista trae a escena a un travesti y un refugiado ruso en donde convergen, sin exageraciones y con logradas formas realistas, los brillos prohibidos y las marcadas sombras de la época y sus circunstancias. En sus dos contundentes apariciones, Holz deja en el público ganas de más y más. Momentos donde logra una fusión sublime de su destreza artística hablando y cantando en francés y alemán. Instancias que si bien, no requiere subtítulos para hacer vibrar, quizás si para asociar las letras de los temas musicales que interpreta (Gosse de gosse y Tango Notturno), con los sueños incumplidos en la obra y de la época.
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