La penitencia del río

En el rio en mí  Francisco Lumerman (dramaturgo y director)  hace un reclamo poético sobre una realidad que arrasaría con cualquier entonación literaria.  El autor crea una leyenda  sobre hechos nada legendarios sino actuales. Una historia  como producto de un  ejercicio decidido de contaminar y rescatar  metáforas  entrelazadas con  literalidades , para hacer oír a un rio que ruge embravecido cuando una  planta industrial se instala a sus orillas y lo intoxica. Bajo su   dirección, sobrenada la profundidad de  esas peliagudas aguas un equipo actoral que descolla con su destreza y hace vibrar  en  esa cadencia poética.

La historia toma su cauce al tiempo que la crecida de las aguas hacen que el   rio lo vaya perdiendo. Alrededor de esas inundaciones toda la naturaleza  se altera y  el destino de los lugareños se activa y aligera. Los personajes  cargan con el estigma de ser víctimas y/o victimarios de esa realidad contaminada.  Los actores en escena se van embebiendo de  esas aguas  para interpretar sus personajes. Todos parten de una posición particular donde parecen castigados en un rincón como cumpliendo una penitencia.  Quizás la penitencia que les impuso el rio  luego de ser él mismo azotado o lo que podría ser,  peor aún, el escarmiento de seguir viviendo mientras todo muere.

Progresa la trama y se confirma que todos han bebido  de esas aguas infectadas, la elijan o no, llevan el rio en ellos. Humanos contra humanos que terminan mostrando la falta de humanidad. Decisiones extremas que, en algunos casos,  cuesta juzgar como improcedentes, cuando  el  ambiente asola las vidas y la naturaleza crece a la  defensiva  sin pedir permiso.

Solo queda en pie un  hotel familiar desde donde se narra la desolación y de despliega el castigo, encarnado  en cuerpo y voz de sus dueñas,  Marta (Malena Figó)  y su madre (Elena Petraglia). Ambas atienden el hospedaje al que no llega casi nadie y el que llega  es invitado a irse. En esas condiciones de dudosa hospitalidad arriban al lugar dos huéspedes (Mercedes Docampo y Claudio Da Passsano)  que  sin saberlo, o sabiéndolo, aportarán a la historia, aparte de sus verdades como equipaje,  parte de sus castigos a cumplir.

Bajo el mismo y precario  techo, bajo el tiempo detenido más allá del tiempo que marca un reloj sin agujas,  la cercanía de los presentes comienza a doler y el  efecto del río en cada uno  también comienza a rugir. El que fumaba para esfumarse de la realidad y hablaba con fantasmas se convierte en el destino que le profesaron y así deja de sufrir y se reencuentra con quien lo abandono; el que se fue, vuelve hablando bajito y grita para  volver a irse;  el que hubiera querido irse pero nadie lo quería llevar, logra que lo lleven luego de una larga espera; y el que vuelve buscando verdades, por más dolorosas que sean, las encuentra. Nada parecido a un final feliz, pero sí una instancia comprometida con salir , de algún modo , de la penitencia del rio sabiendo que no fue la naturaleza la que castigó a la humanidad sino que esta última ,  con su maltrato y ambición, ha hecho  bramar a  la dadora universal hasta encolerizarla sin reparo.

 

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