Abrió un nuevo espacio teatral – dedicadamente – puesto y atendido por sus dueños, que aunque se llame La Golondrina , confiesa no migrar. Promesa del lugar, aun habiendo aquietado su vuelo, en una zona poco frecuente para asentarse. Pero es sabido que de latitudes nuevas, se sigue nutriendo el- resiliente- circuito alternativo. En pleno corazón del Once fabril y comercial que alojó inmigrantes de los años 30’a 50’, Nicolás Juan Porras y María Noble – a pulmón como aquellos expatriados – decidieron reciclar la fábrica familiar.
Y el protagonista de la obra con la que inaugura el espacio (“El testigo”), parece que también intentará reciclarse, reconvertirse y/o reinventarse, luego de los avatares del amor. Allí radica el corazón de la trama y el latir de un hombre, como sin nombre (Nicolás J. Porras). Un personaje que se va dibujado y desdibujando , entre muchos otros personajes nominados y entre los sucesos – que lo marcan y desmarcan – de un amor que se sabe cuando empieza, pero no por qué termina. Un amor que como dicen del arte cuando es verdadero, no te deja ileso.
Para dilucidar el hecho, hay un particular testigo impuesto por el protagonista y por el capricho de la causa disfrazada de azar, que los reúne en un bar. Personaje que – como todos los que vendrán en la obra – también encarna Porras, sin salirse de escena. Como cómplices de la actuación, las estrategias teatrales para lograr esas trasmutaciones permanentes, son ligeros cambios de ropa, efectos de iluminación, música y el pié discursivo del elegido para contar la historia: el narrador.
Este nuevo hombre devenido en el doble rol de relator/ testigo de aquel, pondrá en evidencia las circunstancias que al protagonista lo llevaron – de algún modo – a ser testigo también , de su propia vida. Ese doble declarante no evidente que propone la pieza, se presenta todo el tiempo, como la trama de una tela que sólo se ve a trasluz. Un género que va mostrándole y respondiéndole al narrador -con iguales luces y sombras – quién es el individuo sin claro apodo, quién es el que está del otro lado de la mesa con tan sólo un patrimonio compuesto por: un sobre con una foto y una palabra en el reverso, sus memorias y los vínculos con personas volcadas a personajes que toman cuerpo y voz, convirtiéndose en canales por donde progresa la secuencia dramática.
Entonces, como co-protagonistas y/o “co-testigos“ de la historia de aquel hombre , entre esos personajes invitados a escena y evocados desde el relator, surgen: un vendedor de zapatos que dice conocer la horma del oficio y se lo trasmite generosamente ; un financista que lo estimula; un líder político sombrío y – a su vez – construido desde una sombría mirada del socialismo, que quiere convencerlo; un peluquero con alta sensibilidad artística y emocional , que lo comprende,… Todos alrededor de él, pero él mismo, recordándolos (casi exclusivamente) en función a una mujer que marca su destino – con y como su nombre – Norma. Una mujer que – en nombre del amor entonces – norma (marca) la vida de este hombre con su afecto , pero también con dolor. Un padecimiento que no se manifiesta exageradamente, pero se actúa. Un sufrimiento que parece tan grande, que lo hace caer en el delirio silencioso de querer convertirse en actor , como modo de ampliar desde esos personajes que podría encarar, las posibilidades de y desde donde amarla.
La puesta se vale de cuidado mobiliario de época como escenografía, que sin salirse de escena (como Porras) recrean: el bar, la oficina del financista, la peluquería, la zapatería y la habitación de Norma. Hay unos zapatos a los pies de la cama de aquella mujer, que estimulan un recuerdo – casi direccionado – producto de agitar la memoria de nuestras lecturas de la infancia. Calzado que invita a una suerte de subversión irreflexiva del cuento de “La Cenicienta”, donde la protagonista sería – en esta ocasión – una estudiante amante de la literatura, que compra unos zapatos financiados y se va sin terminar de pagarlos. Una mujer que pone a este príncipe “zapatero” en la difícil tarea de encontrarla. Y él – en la avidez de hacerlo – olvida llevar los zapatos consigo , como medida del deseado reencuentro.
Por el momento, la programación invita a ser testigos (público), de las elaboraciones “de autor” de Porras. Producciones que prometen seguir germinando, en este espacio en pleno crecimiento. Un lugar donde encontrarán silencios, texto, música y buen vino, entre las calles más ruidosas y transitadas de Buenos Aires. Un sitio que invita a encontrarse con uno mismo, desde que cierran el portón. Todo un logro teatral, en el amplio sentido de lo que implica concebir una puesta, recrear un lugar.
FICHA TÉCNICA
Dramaturgia y actuación: Nicolás Juan Porras
Dirección: María Noble y Nicolás Juan Porras
Diseño artístico y producción: Locos del Once
Asistente de dirección: Julieta Acevedo y Paula Intile
Fotografía: María Noble
Diseño gráfico: Belén García Durigon
Funciones: viernes 20:30
Sala: La Golondrina, Sarmiento 2615, CABA
Reservas: 11-4936-1234 / teatrolagolondrina@gmail.com