Jacques Lacan podría decir: “Alumnos, Alumnas, ya no les voy a enseñar qué son los tres órdenes principales de mi concepción psicoanalítica que denominé: real, simbólico e imaginario. Les saqué entradas para ver una obra de teatro que lo explica muy bien y hasta da indicios de subvertir algunos aspectos de mi propio corpus teórico. Tienen una cita cuasi obligada con La vida extraordinaria en el Teatro Nacional Cervantes y después,…después la debatimos.”
Contar de qué se trata La vida extraordinaria es como querer contar de qué se trata la vida, algo imposible cuyas únicas aproximaciones viables serían: ver la obra y vivir la vida. Y así andar, entre lo real ( lo que resiste la simbolización, lo traumático) , lo simbólico ( el inconsciente, la ausencia, la falta, la ley del deseo, la muerte, la cadena significante más allá del lenguaje,… ) y lo imaginario ( el reino de las imágenes en la imaginación, el engaño , el señuelo,…) ; entre el Big-Bang y el fin del mundo; entre Ushuaia y Buenos Aires, entre dos muertes significativas que dieron vida; entre debatirse lo insignificante que es la vida si lo que sigue es la muerte o lo bizantino que resulta la muerte si vivimos la vida; entre dos diarios íntimos vividos y leídos como libros sin título, pero con nombres bien propios (uno con fechas y convicción suicida y otro con días y cierta resignación enloquecedora); …Y así andar, entre todo eso que acontece en LVE y la existencia ordinaria de dos amigas que logran abstraerse de la frecuencia habitual por el indiscutible vibrar de la amistad, la lectura , la escritura y la convicción feminista.
Aurora Cruz (Valeria Lois) y Blanca Fierro (Lorena Vega) son amigas íntimas desde la infancia. Sus apellidos no suenan por azar, como nada en las obras del autor y director de LVE, Mariano Tenconi Blanco. Fierro y Cruz son apellidos que se presentan como emblemas de la amistad y parecen llegar a LVE como gesto de eterna consideración que la pluma de Tenconi Blanco le hace, una vez más, a la pluma de José Hernández . Y la amistad de estas dos mujeres tampoco parece regirse por la suerte que impone un encuentro fortuito sino por las leyes sobrenaturales del amor integro, sin fisuras. Ese amor que siempre (como el de los animales ) es de los pocos que te permite transitar la falta de integralidad y las fisuras que hacen a la vida misma.
LVE como la vida, propone un texto como tejido literario que según quién lo transite será diferente. Lorena y Valeria desaparecen del escenario para dar paso a Blanca y Aurora – desde el minuto uno y hasta el final o lo que sería lo mismo, desde el mencionado Big-Bang hasta el supuesto fin del mundo – en dos actuaciones inmejorables. Ni el ver para creer alcanza para salir del asombro y de la pregunta que brota irrefrenable sobre cómo pueden llegar a ese nivel de actuación y conexión con el espectador, a ese enlace en el que claramente ambas ponen en juego sus propios tejidos (epitelial, conectivo, muscular, nervioso,…) al servicio de dar a luz personajes que pasan a ser íntegramente ellas. Creaciones asimilables con la gestación de un ser vivo en la que ciertamente orbita LVE, como evento artístico fecundado en el encuentro de esas dos notables artistas con un equipo también así, extraordinario. Una unión que realza y a la vez supera las individualidades, que conforma una unidad como fuerza creadora que suena con música en vivo de Ian Shifres (piano y teclados) y Elena Buchbinder (violín y percusión) , que se alumbra y reluce de mano de Matías Sendón, que se viste con el espejo que trae Magda Banach , que se acomoda en el espacio que propone y dispone Ariel Vaccaro, que se completa con proyecciones audiovisuales de Agustina San Martin y voz en off de Cecilia Roth , que se nutre, desarrolla y proyecta hacia el infinito como una trama viva creada y dirigida por Tenconi Blanco, un autor que parece haber incursionado también y con notable performance , en el psicoanálisis, la biología y la química.
Es así que la ciencia estaría empezando a hipotetizar que las obras de Tenconi Blanco podrían estar cambiando el sabor de las lágrimas a sus espectadores. El agua salada que acostumbramos beber cuando lloramos, se estaría mezclando con otros gustos dulces y amargos, desabridos y/o bien condimentados; una suerte de nueva composición química homologa al sabor textual de su inmensa literatura hecha obra de teatro y expresada a través de cuerpos privilegiados y sobre-humanos en lo artístico como lo son, en este caso, los de Lois y Vega.
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