Adentro de algunos cuerpos, hace un frio y un calor que nunca pasa. Sensaciones que se acrecientan, para los que habrían habitado esos extremos climáticos, en un éxodo no elegido y en un regreso que no los habría reconocido o en los que – muchos – no se pudieron volver a encontrar, al retornar. Porque entre una emigración absurda como propone una guerra y la vuelta a sus casas, varios de los que quedaron con vida perdieron su identidad o le antepusieron el prefijo ex, tanto a su función en el enfrentamiento bélico, como a sus nombres propios. Ex combatiente, Ex él, Ex yo…
Desde estos polos y expropiaciones y –sin duda – desde un complejo mayor a descifrar, se expresa Iván Moschner en Los hombres vuelven al monte, un monólogo escrito y dirigido por Fabián Díaz. Un texto puesto al servicio de contar las historias – entre la historia – de un padre y un hijo. De un padre que vuelve de la guerra de Malvinas, y un hijo que no se cansa de buscarlo; de un padre que vuelve sin poder volver mentalmente o volviendo deformado, y un hijo que lo busca sin encontrarlo o sin saber a quién está buscando; de un punto geográfico en común que los intenta reunir, la inmensidad del monte hecha trinchera.
Moschner es por momentos ese ex – combatiente devenido en bandido rural y agazapado en la extensión del monte, y en otros, es el hijo de ese soldado que lo busca – con tenacidad- mimetizándose (escaladamente) con el fantasma de su padre. Ambos (padre e hijo) hablan con su entorno y sus memorias. Y es el mismo Moschner, desdoblándose – sin fisuras – con sutiles cambios de voz y gestos, quien también hace hablar al eco del entorno.
La trama crece con sostenido estilo poético y particular cadencia. Un incesante compás elegido para enunciar lo traumático – en ese sonar y volver a sonar – en las mismas imágenes , que se muestran clavadas como esquirlas en la memoria y en el texto. Y así, empapado, abrumado, y habitado por diferentes personajes, se entrega Moschner al monte y al público. Como un padre que asalta a los puesteros, persigue animales e incendia pastizales, quizás mudando – en esas conductas – algo de esa guerra imborrable, del sur al litoral. Como un hijo que soporta el hambre, el calor y la sed , buscando a su progenitor y encontrándolo – aunque fantasmáticamente – en esos pesares que lo van consumiendo y en los que cree hallarlo, como espejismo de copiarlo, de sentirlo.
El sur y el monte; el padre y el hijo – de algún modo – prófugos y buscándose; el entorno juzgando y honrando, preguntando si aquél que fue a la guerra mató a alguien y descuidando – en la pregunta – que algo de quien pudo matar, también pudo morir ; y una guerra interna, que deja la guerra y que parece que gana el monte.
Como siempre, Moschner entrega todo en escena con una forma que le pertenece y – a su vez – es vía regia , para emocionar hasta al espectador más distraído. El que nunca lo vio, no lo olvidará; y el que ya lo ha visto en otros trabajos, no se perderá los que siguen. Así es la “Experiencia Moschner», una huella única e imborrable que se funde entre el actor y el espectador.
Santos 4040 ha repuesto (por algunas fechas) Los hombres vuelven al monte , obra que entra en la lista de los imperdibles teatrales. Si no llegan a verla, la dupla Moschner – Díaz , se presenta también, como los hombres que vuelven a montar otro imperdible, en Los días de la fragilidad (de Andrés Gallina).