Lorena Vega y sus hermanos Sergio y Federico llevan desde la infancia tinta sangre en las venas. Por lo tanto, no es de sorprender que Lorena haya creado como dramaturga, directora e intérprete la obra -con formato de biodrama – Imprenteros. Una pieza teatral de un gramaje y estilo únicos. Un hecho artístico, que se despliega como una secuencia de recuerdos impresos de Alfredo, su padre fallecido: imprentero, especialista en Offset, oficio que había heredado de su propio padre. Según se trasluce en escena, de algún modo sus hijos heredaron esa tendencia: Sergio es hasta hoy imprentero, Federico lo fue por unas temporadas y Lorena apenas por un día. Pero ella es la responsable total de la evocación, la narradora desde los papeles y sobre el escenario.
Dicen los que saben del trabajo de la imprenta, que la técnica conocida como Offset , se basa en el principio físicoquímico del rechazo del agua y el aceite. Sin necesidad de ahondar en tecnicismos, todos podemos imaginar ese tipo de repulsión, que hasta registra el habla popular para representar personas o cosas incompatibles. Sin caer en la más mínima victimización, Vega acerca momentos biográficos donde se evidencia que en vínculos más tempranos con su padre ya se habría instalado este principio de rechazo, como augurando un final que, paradojalmente, resulta el comienzo de un espectáculo muy logrado. Una obra que expresa con sinceridad y nobles recursos teatrales las zonas opacas de las personas y las relaciones, sin quitarles color a las zonas de profundo amor.
De entrada nomás, LV toma un micrófono para empezar a hablar de su padre y narra un conflicto familiar que les cerró, a ella y a sus hermanos, las puertas del taller de su progenitor. La gran actriz despliega una lista austera y contundente de los motivos que la motorizan a volver a ese “taller/casa” del papá. Entre otras razones, se oye algo parecido a esto: porque es mi derecho, porque lo extraño, porque quiero revisar los cajones a ver si encuentro algo más, porque quiero llevar sus cenizas a…
Sergio y Federico no tienen la misma lista de intereses que su hermana, pero se brindan para ayudarla a su manera. Sergio pone el cuerpo en el escenario y también los recuerdos y saber de oficio, todo al servicio de la obra. Por su parte, Federico acuerda una entrevista grabada, para que forme parte de la puesta y allí vuelca sus remembranzas a cambio de un cachet particular. De ese modo, los hermanos Vega vuelven en la ficción al lugar donde no pueden volver en la realidad. Y lo hacen de tal forma que – como en las más sobresalientes propuestas teatrales del biodrama – no cabe discernir entre la ficción y la realidad, solo entregarse a la promesa que conceden.
Sin perder la atmósfera familiar, un grupo de actores /amigos, suben al escenario cuando son llamados por LV para recrear otro de los principales conflictos que la obra expone. Argumentos que siempre tienen como pivote a ese padre imprentero, que Lorena se encarga de retratar en sus conductas, sus fallas y sus aciertos. Como un padre impreso en Offset, que según la tirada (la situación) , se puede imprimir “ correctamente “ o con fallas que en la jerga llaman : de moteado, de trapping o de efecto fantasma.
En la narración, un hecho problemático surge cuando el padre se niega a hacerle las tarjetas de su fiesta de 15 años y deriva la tarea a otro imprentero. Más allá de su justificado enojo, Lorena insiste en que será ella quien defina el texto a poner, rechazando un poema de catálogo que le ofrecen. Desde un costado del escenario, la protagonista va acercando comentarios y propuestas de actuación a los intérpretes que recrearán escenas; lo hace, desde el doble rol de directora y de hija que ha vivido lo que se está representando. El efecto logrado es atrapante, emocionante: da relieve al conflicto y le agrega tiempo al drama, obteniendo esa ecuación – sabida, pero nada fácil de implementar – que convierte el suceso dramático en lograda comedia.
Conforme progresa la obra, LV vuelve a ocupar en escena el rol de directora completando la puesta, el de entrevistadora de sus hermanos y el de narradora de sucesos familiares entrañables. Esas decisiones sellan la pieza con una dinámica de naturalidad para jugar al ensayo, y de eterno presente reinterpretado, que ilusiona al espectador con la fantasía de que lo que allí sucede es único y no se repetirá en otra función. Cuando Sergio prueba su oficio con piezas no ensayadas que le acerca el público, se refuerza esta idea de aquí y ahora con la que se define lo performático en esencia, escena y riesgo.
Es que ciertamente Imprenteros es un propuesta singular que trasforma en arte cada anécdota elegida; que hace sonar la voz propia de esos sucesos o los modula con equilibrada sensibilidad; que concibe de la falta la trama, y de la trama la falta; que transforma en poesía cada dolor; y que – magistralmente – hace revivir y rever un vals (digitado con amor) para encubrir la presencia de una ausencia. Para sumar a estos méritos: la decisión de LV de elegir una forma distanciada y profundamente comprometida para estar en escena, o para usar recursos ampliados del teatro (audiovisuales, grabaciones, entrevistas, fotos) como canales de texto; asimismo, la elección de dirigir mostrando elbackstage de la dirección y convertir a no actores (sus hermanos) en maravillosos actores. Estas son algunas de las muchas ideas y acciones que esta imprentera (vale dudar que de solo un día) combina para re – gestar la imprenta familiar.
Es por ello que si Lorena dice que si su padre nunca dejaba afuera la palabra revolución en sus charlas, ella puede atribuirse con esta obra, su propia revolución teatral. Una subversión que – a su vez – no deja afuera las menciones que grafican ( y en Imprenteros vale doble) los traspasos de las empresas familiares, las ciclo-crisis argentinas, el modo con- urbano de ver el conurbano , la inclinación política de leerlo, la denuncia social y la eterna problemática económica en todos los niveles.
Ejemplos de ese valor simbólico, LV los presenta a montones en la puesta, por ejemplo: la trasmutación del eslogan del taller de su padre, que va de dos manos que encaran un “firme saludo” a pasar por “tenemos estilo” y finalizar “con la ayudita de los amigos “ , el común denominador en el catálogo de los clientes, o un nombre propio elocuente – (Florentina Salvadora Diaz) de una tía – que en esos días de dificultad – viene a pagar (salvar) la fiesta.
El programa de mano es todo un hallazgo: recrea aquella tarjeta de la disputa , logra la fusión de lo que Imprenteros es: una invitación a un conflicto hecho fiesta teatral. Con ese ánimo se sale de ver esta obra.
Sergio es el coreógrafo del movimiento de la imprenta; el encargado de proyectar la producción, de replicarla fuera, multiplicarla ; es el que imprime el pentagrama y lo completa con los sonidos de las máquinas para luego convertirse en el primer bailarín de un musical (del oficio de imprentero) que todos copian. Y entre ellos, vale remarcar que se mezcla la primera obrera de esta fábrica (Lorena Vega), haciendo una obra que no tiene copias.
Una obra que justifica plenamente la recomendación:“ No te la podes perder. Tenés tiempo hasta fines de noviembre”.
Esta “tirada»de impresiones se da en el marco de “Proyecto Familia” impulsada por Maruja Bustamante (curadora del Centro Cultural Rojas) .