Almagro tiene un Rey, que invita todos los domingos a festejar su cumpleaños en su reinado, el Club Polonia del barrio. No lo busquen -como tal – en Google Maps, es el Espacio Callejón – siempre tan abierto y tan versátil- que en esta ocasión se viste de Club, para recibir a los que se animen a asociarse. La propuesta festiva es de Fernando Ferrer a cargo de la dirección y dramaturgia del agasajo, que inspirado en el Rey Lear de Shakespeare, decide gestar La Fiesta del Viejo.
Los socios vitalicios de los clásicos, encontrarán una adaptación aggiornada del notable Shakesperiano y el resto de los socios adherentes a la propuesta teatral, podrán salir coincidiendo con los expertos en clásicos , que son textos que nunca agotan su capacidad de expresar lo que tienen para decir y por eso – y muchas cosas más – se convierten en eternos.
La celebración empieza convidando vino y empanadas a los que van llegando. Luego siguen unas cuantas sorpresas, que van cayendo a escena, como cuando alguien pincha una piñata. El estampido comienza a escalar – justo – a la hora en que Abian Vainstein (reinterpretando al Rey Lear) anuncia que va a repartir anticipadamente la herencia familiar entre sus hijas (Regina (Clarisa Hernández), Neski (Julieta Cayetina y Cordelia (Agustina Benedettelli)). Para formalizar el traspaso, el Monarca pedirá a cada una de ellas que le profesen su amor, como medida para saber si la herencia que recibirán es justa y merecida. Cordelia (la hija menor y preferida de Rey) asume con sinceridad que no puede expresarle el amor a su progenitor en palabras, lo que la convierte -inmediatamente – en desheredada. Todo lo que sigue se sucede – en escena – y en forma fiel, a la vez que renovada y con algunos guiños de actualidad, respecto del clásico literario.
En esta nueva convención dramática, Cordelia (de Almagro) estudia Letras pero – curiosamente- no puede expresarse; los duques y esposos de sus hijas mayores (Ezequiel Gelbaum y Julian Smud) a sabiendas enemistados, igual conspiran a fin de hacerse poseedores de su parte de la herencia y abruman a “ El Francesito” (Gonzalo Ruiz) que aparte de cortejar a Cordelia, representa las diferencias con Francia que se exhiben mudadas en recelos entre clubes barriales (El Polonia y el Deportivo Francés). Completan el reparto, reinventando los roles decisivos de la novela, otros tres personajes que el Rey quiere – precisamente – como hijos “heredados”: el Bufón (Moyra Agrelo), el asistente fiel (Ezequiel Tronconi) y el cocinero del club (Demián Gallitelli).
La puesta populariza la dura realidad que se presenta -dentro y fuera de este clásico – a la hora de repartir la herencia, en casi todas las épocas y familias. Habitual situación que se despliega, sea mucho, poco o nada, lo que tenga que repartirse (aunque nunca es nada, porque no sólo cuenta lo material). A su vez, el texto acerca – acertadamente- esa usual realidad al contexto actual, dejando ver un presente que redobla la avaricia y ambición. Para ello – y alentado por la trama misma de la novela – algunos personajes cargan esos gestos mezquinos en contraposición con otros, que por no ser familia por consanguinidad o por no saber expresarse (como Cordelia), y pierden su lugar en el testamento pero no en la trama. Porque la historia del Rey de Almagro – apoyada en la historia del Rey Lear – terminan demostrando con firmeza , la popular frase que dice: que la sangre hace parientes, pero es la lealtad la que hace familias.
Otra resonada frase dice que: los niños/as, los borrachos/as y los locos/as dicen la verdad. Siendo así, este Rey de Almagro que tiene un poco de cada uno – se alzaría como una suerte de predicador de la verdad. Abrumado por la dura lucha contra el Alzheimer y unas copas de más tomadas en el festejo, viaja más de una vez a niño y en esas desconexiones, se conecta con las manos de su madre o la herencia de su abuelo entregada por su padre; se exilia nuevamente y sin elección por la guerra y se sube a un tren – y a otro tren y a otro tren – que lo trae de Polonia a Argentina. En esa travesía, este Rey argentinizado, no olvida las generosidades de esos que le dieron comida, educación y trabajo. También reconoce , en sus momentos de discutible “cordura” , que familia es la que derriba muros reales y/o simbólicos , la que tiene la paciencia amorosa de escuchar una y otra vez una historia de guerra y desconsuelo , la que – a tiempo de dejar su mandato – aloja sus recuerdos como verdades atemporales.
Y a la hora de las remembranzas, estas son escoltadas por melodías ejecutadas – en vivo – de manos sobre bandoneón, por Helkjær Engen.
Si para el Rey de Almagro la fiesta se pincha a la hora de su anuncio, en términos actorales pasa todo lo contrario. La performance de Vainstein lo convierte en un verdadero anfitrión actoral, rodeado de algunos prometedores cortesanos de la actuación.
En la obra hay otra herencia que se juega con las fichas del arte y que también es un clásico teatral que persiste en algunas decisiones de la cadena de producción, cuando todos los eslabones arriesgan subir al escenario elencos grandes , aún en tiempos tan difíciles e incompatibles con esas jugadas.
Shakespeare sin saber que sería un clásico, Ferrer adaptándolo y/o cualquier otro que se anime a ser parte del universo de las relecturas – que es infinito y que aunque inaugural, siempre está precedido y será intervenido por quienes decidan abordarlo- podrá repensar la condición humana, como ejercicio que muchos auguramos de un resultado mejor a ser humano.
El Rey de Almagro espera – hace varias temporadas -la llegada de quien guste a La Fiesta del Viejo y en más de una ocasión les pedirá – como a sus hijas – con la mirada y el gesto, que le profesen su amor antes de terminar su mandato (actuación).
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